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Ver el tiroteo

Enrique Degenhart sale de su casa en la Ciudad de Guatemala rumbo a su sesión diaria en el gimnasio.

Ve un auto acercándose rápidamente en su retrovisor: un Mitsubishi Lancer verde.

El Lancer gira a la derecha para pasar a Degenhart, entra en un aparcamiento y gira hacia la izquierda, posicionándose para cortarle el paso.

Los vidrios del Lancer son polarizados. Degenhart, alarmado, solo puede ver la silueta corpulenta del conductor.

La maniobra del Lancer ha puesto a Degenhart en guardia. Mientras los vehículos esperan, su mano desciende hasta la Glock al lado de su asiento.

El Lancer fuerza su entrada en el tráfico delante de Degenhart. En vez de acelerar rampa abajo, el Lancer disminuye velocidad y activa sus luces intermitentes.

Mientras los vehículos se unen al tráfico de la carretera, la ventana derecha trasera del Lancer baja y surge una mano empuñando una Glock 19.

Degenhart recibe nueve impactos de bala. Devuelve el fuego frenéticamente, disparando alrededor de 16 tiros.

Ensangrentado y malherido, conduce velozmente en busca de ayuda.

Quince minutos más tarde, llega a una clínica médica y colapsa en una silla de ruedas.

Un Tiroteo en Guatemala

Enrique Degenhart intentó reformar la agencia de migración de Guatemala. Su historia es parte de la extraordinaria batalla de un país contra la corrupción.

Este reportaje fue publicado conjuntamente con Foreign Policy

Temprano en la mañana del 31 de octubre de 2012, Enrique Degenhart Asturias salió de su casa en la Ciudad de Guatemala rumbo a su sesión diaria de ejercicios en el gimnasio.

Alto y ancho de hombros, el hombre de 44 años llevaba lentes, pantalones deportivos y una camiseta. Además de su equipaje para el gimnasio, portaba una pistola Glock 22 calibre .40 cargada con balas de alta potencia.

Degenhart tenía razones para estar en guardia. Había dedicado dos años a intentar limpiar la Dirección General de Migración de Guatemala. Después de asumir el puesto de director de la agencia en 2010, había fortalecido la unidad de asuntos internos, modernizado la tecnología y luchado contra redes criminales que vendían pasaportes fraudulentos a migrantes africanos, fugitivos rusos y narcotraficantes colombianos. Sus reformas le habían ganado una larga lista de enemigos — dentro y fuera del gobierno — vinculados a mafias.

A pesar de sus logros, el nuevo presidente, Otto Pérez Molina, le había despedido en enero de 2012, ignorando una solicitud de la embajada de Estados Unidos para mantener a Degenhart en su puesto. Los asesores de Pérez Molina también le habían quitado su auto blindado y sus guardaespaldas, quebrando un acuerdo escrito de proveer seguridad al exjefe de migración. Degenhart se sentía vulnerable e inseguro. En un país en que las calles están llenas de asaltantes de autos y sicarios motorizados, hasta una salida al gimnasio era un viaje hacia una potencial zona de muerte.

A las 6:35 de aquella mañana, Degenhart paró su camioneta Porsche Cayenne detrás de dos vehículos que esperaban frente a una intersección. Desde allí, su ruta habitual lo llevaba a cruzar un puente y entrar en la Panamericana, la carretera que serpentea por las colinas verdosas de la Ciudad de Guatemala. De repente, Degenhart vio algo en su retrovisor: un automóvil Mitsubishi Lancer verde. El sedán de cuatro puertas se acercó rápidamente. Torció a la derecha para pasar la Cayenne, entrando en el aparcamiento de una farmacia en la esquina, y giró de vuelta hacia la izquierda para parar en un ángulo casi perpendicular, listo para cortarle el paso a la Cayenne cuando el tráfico arrancara.

Los vidrios del Lancer eran oscuros—polarizados como los vidrios de la Cayenne y muchos otros vehículos que navegan las calles anárquicas de la capital. Degenhart veía solo la silueta corpulenta del conductor. Pero la maniobra agresiva le había asustado. Y también le preocupó el hecho de que la ventanilla izquierda trasera bajó levemente antes de cerrarse rápidamente. La mano de Degenhart descendió hasta tocar la Glock en su funda al lado del asiento.

Cuando un oficial de tránsito dio la señal para que el tráfico avanzara, el Lancer forzó su entrada en el tráfico delante de Degenhart y cruzó el puente, girando a la izquierda antes de la Cayenne. El Lancer giró otra vez a la izquierda y, en vez de acelerar por la rampa hacia la carretera, disminuyó velocidad y activó sus luces intermitentes. Siguiendo cautelosamente el Lancer rampa abajo hacia la Panamericana, Degenhart vio dos siluetas en el asiento trasero. Una de las siluetas pareció girar una gorra de béisbol sobre su cabeza, como un cátcher de béisbol. O un francotirador.

Degenhart sabía que los gatilleros del mundo del hampa guatemalteco frecuentemente portaban gorras para esconder sus caras, y las giraban hacia atrás cuando era el momento de disparar.

Degenhart desenfundó su arma.


En la historia de la justicia latinoamericana, los reformistas suelen ser gente de fuera del sistema: activistas de derechas humanos, académicos, mujeres. Degenhart era otro tipo de “outsider.” Era un tecnócrata del sector privado que entró en una burocracia rapaz, una arena donde las mafias han prosperado con impunidad.

De pelo claro, con las facciones cuadradas de sus antecesores alemanes y españoles, Degenhart tiene un aire intenso y solemne que es suavizado por su sentido del humor relajado. Nació en 1968 en la Ciudad de Guatemala. Su padre era ingeniero y su madre trabajaba en el Cuerpo de Paz de Estados Unidos.

En aquella época, el país estaba metido en lo que se convirtió en una sangrienta guerra civil. La chispa había sido un golpe de estado apoyado por la CIA que tumbó al gobierno democráticamente elegido del Presidente Jacobo Árbenz en 1954. Un movimiento guerrillero de izquierdas surgió, y el conflicto continuó por más de tres décadas. Investigaciones hechas por las Naciones Unidas y la Iglesia Católica concluyeron más tarde que las fuerzas armadas guatemaltecas, que eran apoyadas por Estados Unidos, eran responsables de una campaña de represión mortífera que alcanzó niveles genocidas en los años ochenta.

Aunque su familia era acomodada, Degenhart no tuvo fuertes simpatías ni por los militares ni por la guerrilla, según dijo en una entrevista con Foreign Policy en los Estados Unidos el año pasado. Políticamente, dice que se considera un centrista.

“Mi generación crece y se desarrolla bajo este concepto de guerra continua,” dijo. “Vengo de una familia muy comprometida con el concepto de equidad social…Ninguno de nosotros se involucró en política hasta que volvió la democracia.”

Enrique Degenhart (Lexey Swall para ProPublica)

Degenhart estudió en la prestigiosa American School of Guatemala y en la Universidad Francisco Marroquín. En su último semestre, fundó una empresa con su hermano (un nadador olímpico) en el creciente sector regional de las maquiladoras, las plantas de ensamblaje y exportación textil. La empresa prosperó, y fue más tarde adquirida por una empresa estadounidense.

En 1996, mientras la carrera empresarial de Degenhart progresaba, la democracia volvió al país, trayendo elecciones libres y la firma de un histórico acuerdo de paz para terminar la guerra civil, que había matado a más de 200,000 personas. Pero una oligarquía bien arraigada mantuvo control, y la violencia y la desigualdad profunda persistieron.

En aquella época, Degenhart trabajaba como gerente de marketing de Centroamérica para Bimbo, una empresa de productos alimenticios basada en México. En los 2000, se dedicó a promocionar los dos equipos de futbol más grandes de Guatemala. También creó una empresa consultora de gerencia que ayudaba a los negocios a mejorar sus sistemas de informática.

Degenhart estaba contento en el sector privado. Pero durante sus años en el sector de las maquiladoras, había desarrollado una conexión que iba a marcar su destino: su amistad con Álvaro Colom y su mujer Sandra Torres, quienes también eran empresarios textiles y quienes se convirtieron en una pareja política poderosa. En 2008, Colom asumió como el primer presidente de izquierdas de Guatemala en décadas. Como administraciones anteriores, el gobierno de Colom fue golpeado por el escándalo. Pero Colom también dirigió reformas importantes del sistema de justicia, y designó en puestos influyentes a figuras independientes y admiradas por su lucha contra el crimen.

En 2010, asesores presidenciales contactaron con Degenhart y le hicieron una oferta de trabajo sorprendente: director de la Dirección General de Migración. Colom ofreció a Degenhart el puesto de interventor, una especie de director de emergencia con poderes especiales y una línea directa al presidente.

Había habido muchos interventores antes de Degenhart, y muchos habían durado poco tiempo.

“Dimitían después de seis meses,” dijo un oficial del Departamento de Seguridad Interior de Estados Unidos. “Era difícil limpiar aquel lugar. O se involucraban en la corrupción o se quemaban.”

Tanto en los países desarrollados como los países en desarrollo, las agencias fronterizas son las llaves del reino para negocios ilícitos de toda índole. Hay pocos puestos en que funcionarios con sueldos modestos manejan más poder potencial sobre las vidas de la gente y el movimiento de bienes.

Otro factor en Guatemala: el legado tóxico de décadas de guerra civil. Los regímenes militares habían sistemáticamente explotado los servicios de migración y aduana para ganancias financieras y facilidad operativa. Las mafias de la post-guerra, que tenían raíces en las fuerzas armadas, hacían lo mismo.

“Cuanto tiempo había estado infiltrado el servicio de migración no te sabría decir, pero pensaría que casi desde su inicio,” dijo Degenhart. “Hay operadores incrustados dentro de la estructura que generan información y servicios.”

La dirección general de migración también era un refugio de malhechores gracias a tres sindicatos laborales que representaban a sus empleados, quienes incluían guardias de frontera y funcionarios en la burocracia que proveía servicios, según fuentes policiales guatemalteca y extranjeras. Los jefes de los sindicatos se comportaban como barones: luchando entre ellos, bloqueando investigaciones internas, cultivando aliados influyentes en la política y en la justicia, y enriqueciéndose con actividades ilegales, según funcionarios de seguridad guatemaltecos, estadounidenses y mejicanos.

El Departamento de Seguridad Interior de Estados Unidos tenía un interés especial en los asuntos del servicio de migración por el doble rol de Guatemala como eje de redes de tráfico de migrantes y como fuente de migración ilegal. Como ha hecho en otros países latinoamericanos, la agencia estadounidense trabajaba de cerca con el gobierno para impulsar reformas y creó una unidad de investigadores guatemaltecos cuidadosamente seleccionados para intentar llenar el vacío en la lucha contra las redes de contrabando.

Los líderes sindicales “ganaban tanto dinero que controlaban a jueces y abogados,” dijo un investigador veterano de una agencia policial norteamericana. “Infiltraron el sistema de justicia. Era casi imposible armar un caso contra ellos.”

A pesar de los múltiples desafíos del trabajo de interventor, Degenhart aceptó el puesto. El presidente quería que transformara la gerencia y los servicios de la institución y mejorara su tecnología. Degenhart se sentía cómodo en estas tareas. En lo que concernía a la lucha contra el crimen, sin embargo, era un novato.

“Trabajar en las fuerzas de la ley no era un tema al que me hubiera dedicado previamente,” dijo. “No tenía idea de lo complejo que iba ser.”

Su jefe directo era el entonces ministro de interior, Carlos Menocal. Como Degenhart, venía de fuera del sistema. Un experiodista, Menocal llegó a ser visto por guatemaltecos y la comunidad diplomática como uno de los ministros más eficaces y honestos de Colom. Menocal dice que trabajó bien con el nuevo jefe de migración.

“Degenhart era el beneficiario de una serie de afortunadas alianzas con el Presidente Colom, con el ministro que era yo, y la cooperación internacional,” dijo Menocal. “Una mezcla fuerte que lo ayudó a tener éxito. Él trabaja de manera frontal contra la criminalidad.”

La designación de Degenhart era solo una de las señales de una campaña reformista que se había puesto en marcha en Guatemala. En 2007, el gobierno había invitado a un equipo de fiscales de las Naciones Unidas a establecerse en la capital y trabajar con las agencias de ley locales para armar casos penales contra las mafias que se habían enquistado en el estado durante la dictadura militar. Era una iniciativa sin precedentes en Latinoamérica.

Nadie lo sabía en aquel momento, pero la trayectoria de Degenhart iba a converger con la campaña anticorrupción de Naciones Unidas. Su experiencia da una visión insólita de los métodos y los peligros de la lucha contra la corrupción en Latinoamérica.


Como primera medida en su nuevo puesto de trabajo, Degenhart pidió un estudio del servicio de migración. Aprovechando su experiencia en el mundo de los negocios, quería un diagnóstico de estilo empresarial de las finanzas, servicios, tecnología y recursos humanos de la agencia. Alrededor de 500 empleados vigilaban cruces fronterizos y manejaban visados, pasaportes y otros procedimientos. Muchos venían de pasados paramilitares. Degenhart se enteró de que la fuerza laboral estaba mal pagada, desatendida y apática; la dirección de migración incluso exigía que los empleados compraran sus propios uniformes.

Además, sus condiciones de trabajo eran frecuentemente primitivas. El viejo sistema informático le daba la impresión a Degenhart de que podía ser desmontado con una patada. En remotos puestos selváticos en la frontera con México, Degenhart encontró inspectores que dormían sobre camastros de cartón en cuartos que parecían chabolas.

“Encontramos una estación fronteriza que era un cuartito de lámina con tres personas sentadas detrás de unos escritorios,” dijo Javier Rivera, quien era el director adjunto del servicio de migración. “Después mirabas al otro lado de la frontera y allí estaba la garita mexicana con helipuerto y todo. Nuestra estación estaba aislada al final de una mala carretera de tierra. Tuvimos que poner antenas para teléfonos satelitales, informática.”

En aquel puesto fronterizo y otros, el equipo de Degenhart modernizó la tecnología y los bancos de datos que hasta entonces ni siquiera habían permitido a los inspectores identificar a gente cruzando la frontera que tenían órdenes de detención o alertas de seguridad, dijo Rivera.

Pocos días después de empezar el trabajo, Degenhart chocó con el submundo criminal. En febrero de 2010, Guatemala fue anfitrión de un congreso mundial de cafeteros. Dos docenas de supuestos delegados de China aterrizaron en Guatemala y súbitamente desaparecieron. Algunos de ellos fueron hallados más tarde en México, donde las autoridades les detuvieron.

Los chinos eran en realidad inmigrantes ilegales y estaban en camino a Estados Unidos. Habían pagado $50,000 cada uno a traficantes para ayudarles a fingir ser representantes de la industria china del café. Con el apoyo de cómplices dentro del gobierno guatemalteco, habían conseguido visados fraudulentos utilizando un sistema electrónico creado para el congreso.

Degenhart cerró enseguida el sistema de visados, según oficiales estadounidenses, mexicanos y guatemaltecos quienes trabajaron con él en el caso. Agentes de migración rechazaron la entrada de un segundo grupo de impostores chinos quienes llegaron al aeropuerto vestidos en“zapatillas deportivas, tejanos y camisetas” y portando “pequeñas mochilas en las que no cabrían un traje y la corbata para un congreso,” dijo Degenhart.

Trabajando en equipo con agencias estadounidenses y mejicanas, Degenhart abrió una investigación de la trama de tráfico de migrantes chinos. Su reacción fue una sorpresa agradable para sus colegas extranjeros. Oficiales de seguridad mexicanos y estadounidenses dicen que no estaban acostumbrados a semejante vigor en el servicio de migración.

Además de hacer frente a los traficantes, Degenhart implementó un sistema que asignaba un número de seguimiento para gente que solicitaba pasaportes, visados u otros trámites en la agencia de migración. Como explicó en una entrevista un funcionario de una agencia de seguridad mexicana, esta medida simple redujo drásticamente “el margen de corrupción” porque creaba un archivo documentado de cado caso y una línea de tiempo de los servicios otorgados.

“Lo hace más difícil hacer atajos, vender favores,” dijo el oficial mexicano. “Le dije: ‘Sabes que has hecho, no?’ Él me miró, algo sorprendido, y dijo: ‘Bueno, yo vengo de la iniciativa privada. Todo el mundo debería conseguir un número, como en un banco, te dan tu turno, no es cierto?’”

Al mismo tiempo, Degenhart resolvió una larga disputa laboral con los sindicatos, acordando doblar los sueldos de los oficiales de migración. Pero advirtió que no se iba tolerar lo de ganar dinero bajo de la mesa.

“Diga a su gente que no se mete en más babosadas,” dijo a los jefes sindicales en una reunión, según Rivera. “Ahora va haber un sueldo digno.”

Las tensiones con los sindicatos aumentaron, sin embargo, cuando Degenhart lanzó un plan para rotar a 64 oficiales a nuevos puestos. La corrupción se basaba sobre todo en el control de territorio a través de puestos claves en fronteras de tierra, aire y mar, y en la burocracia. Los oficiales de los sindicatos y sus socios criminales habían consolidado su terreno con operadores enquistados en sus puestos y cobrando sobornos de redes criminales y usuarios del sistema de migración. El objetivo de la rotación era desestabilizar estas redes construidas sobre la corrupción.

Gente cruzando el Rio Suchiate en la frontera norte de Guatemala con México. Enrique Degenhart combatió las mafias que usaban Guatemala como un eje para traficar migrantes venidos desde China e India. (Yuri Cortez/AFP/Getty Images)

Dos de los tres sindicatos laborales aceptaron el plan, aunque fue a regañadientes. Pero Juan Pacheco Coc, el dirigente del sindicato más pequeño, se resistió. En una visita intempestiva a la oficina del director, le amenazó, según Degenhart.

“Se opuso porque sus pocos delegados estaban en puestos probablemente estratégicos para él, e iban a ser removidos,” dijo Degenhart. “Me dijo que si las rotaciones se hacen, vas a tener serios problemas. Vas a tener serios problemas legales, problemas políticos, y si usted no entiende, hasta personales.”

Pacheco no tenía fama de hacer amenazas vacías. Había acumulado influencia y riqueza durante décadas manipulando el sistema, según funcionarios de seguridad guatemaltecos, estadounidenses y mejicanos. Había formado un sindicato disidente después de enfrentarse con otros dirigentes, y había sobrevivido investigaciones de vínculos a lavado de dinero, venta de pasaportes, y tráfico de drogas, migrantes y gasolina, según funcionarios guatemaltecos y extranjeros además de documentos e informes de prensa.

Pacheco fue a los tribunales en un intento de bloquear la rotación prevista por el plan anticorrupción de Degenhart. Mientras tanto, hubo llamadas anónimas amenazando de muerte a Degenhart. Alguien cortó los neumáticos de su vehículo. Como respuesta, Degenhart empezó a moverse en un vehículo blindado y aumentó su equipo oficial de seguridad de seis a diez agentes. También acudió a sesiones semanales de entrenamiento impartidas por un instructor en un campo de tiro táctico usado por el servicio que brindaba protección al presidente.

Hasta entonces, Degenhart tenía lo que él considera “conocimientos normales” de armas para un guatemalteco.

“Tienes la escopeta en tu casa por si un ladrón se mete,” dijo. “Pero era inherente al cargo aprender más. El peligro era más alto, y también quería aprender más de este mundo.”

Sin embargo, hubo quien acusó a Degenhart de exagerar la amenaza, y criticó su gestión. En mayo de 2010, el periódico Siglo 21 publicó un reportaje titulado ‘Los Excesos del Interventor.” El artículo cuestionó los gastos de Degenhart en su seguridad, y citó a una exministra de interior quien le acusó de “falta de planificación financiera.”

Degenhart rechaza las criticas. Las medidas de seguridad eran justificadas, dijo en la entrevista con FP. Asevera que el reportaje era un asalto politico vinculado al creciente conflicto sindical.

Mientras tanto, Pacheco visitó a una serie de personajes y entidades poderosos, jactandose de tener pruebas de crimenes cometidos por sus rivales sindicales.

“Fue una pelea entre mafias,” dijo el veterano investigador de una agencia de Estados Unidos. “Pacheco también estaba sucio.”

El 30 de julio de 2010, después de semanas intentando impedir tras bambalinas la rotación de funcionarios de migración, Pacheco acusó públicamente a los dirigentes de sindicatos rivales de actividad corrupta como venta de pasaportes fraudulentos. Al día siguiente, las autoridades encontraron su cadáver en su casa. No había indicios de que alguien hubiera entrado de manera violenta. Pacheco había sido atado, amordazado, torturado, golpeado y apuñalado a muerte. El caso sigue sin resolverse.

Cuatro días después del asesinato de Pacheco, una poderosa líder de la oposición legislativa, Roxana Baldetti, exigió la presencia de Degenhart y el ministro de interior en una audiencia del congreso. Una ex concursante para Miss Guatemala, Baldetti tenía un estilo ostentoso y combativo. Estaba preparando su candidatura para vicepresidenta en equipo con Pérez Molina, un ex general, y tenía un interés especial en temas relacionados con las fronteras.

“Cuando yo me siento con mis directores de área en el salón, ella dice ‘Solo usted se puede quedar aquí, los otros tiene que salir’,” se acuerda Degenhart. “En ese momento entiendo que es un linchamiento político.”

Baldetti alegó durante la audiencia legislativa pública y en declaraciones a la prensa que Pacheco le había dado información sobre una red de tráfico de migrantes en el servicio de migración, y que Degenhart había permitido funcionar esta red.

Pero según el ex ministro de interior Menocal y otras fuentes, la realidad era diferente. Dicen que Baldetti se presentó como una paladina de la justicia mientras escondía sus conexiones con las mafias fronterizas. Investigaciones recientes de Baldetti han dado credibilidad a estas acusaciones contra ella.

Degenhart se quedó en su puesto. Pero estaba claro que se había ganado enemigos de alto nivel.

“Nunca le encontraron nada y le buscaron de todo,” dijo el funcionario de seguridad mejicano. “El hecho es, en aquel trabajo o te dedicas a sacar plata o a trabajar. Él se dedicó a trabajar. No le hacía falta la plata. Su familia tiene dinero. Pero teníamos temor por él.”


Las batallas de Degenhart eran parte de una guerra más larga y grande.

Grandes o pequeñas, de izquierdas o de derechas, ricas o pobres, las naciones latinoamericanas lidian con un problema de crimen que amenaza la seguridad y la estabilidad política. Hay excepciones como Chile, y naciones como Colombia que han hecho grandes progresos. Las democracias latinoamericanas son robustas en lo que se refiere a libertad de elecciones y de prensa. Pero a muchas les cuesta consolidar el estado de derecho.

Hoy en Centroamérica, la impunidad ha alcanzado niveles de crisis. Las repercusiones se extienden hasta Estados Unidos, empujando una ola de migración ilegal de Honduras, El Salvador y Guatemala, una región conocida como el “triángulo norte” de Centroamérica. Las tasas de homicidio de Honduras y El Salvador están entre las más altas del planeta.

Aunque la tasa de asesinatos de Guatemala es más baja que en las otras dos naciones vecinas, el país ha sufrido por mucho tiempo la criminalidad que aflige a Latinoamérica como una pandemia virulenta. Las pandillas callejeras matan, extorsionan y aterrorizan a conductores y pasajeros en el transporte público. Los ciudadanos temen a los policías casi tanto como a los ladrones. Los carteles usan la nación como base para transportar drogas y blanquear dinero. Cientos de asesinatos cometidos por sicarios motorizados produjeron una prohibición temporal de pasajeros en motocicletas. El engaño es frecuente; el castigo es inusual; a veces en los escándalos nuevos surgen protagonistas de escándalos anteriores.

A pesar de todo, cuando Degenhart fue designado en 2010, Guatemala también había experimentado un incremento en el progreso. El catalizador clave de estos avances: un experimento sin precedentes de la ONU en reforma de justicia llamado la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala. Conocido por las siglas CICIG, el equipo multinacional de fiscales, investigadores y analistas se creó en 2007 para luchar contra el crimen organizado en el gobierno y modernizar las fuerzas de la ley.

La Fiscal General Claudia Paz y Paz en una conferencia de prensa en 2012. (AP Photo/Moises Castillo)

Otra fuerza reformista fue Claudia Paz y Paz, una ex abogada de derechos humanos a quien Colom designó como su fiscal general en 2010. Paz se enfrentó a los carteles de la droga, consolidó alianzas con los fiscales de la ONU y con la agencia antidrogas (DEA) de Estados Unidos, y ayudó a ganar la condena del ex líder militar Efraín Ríos Montt por genocidio cometido en la guerra civil.

Degenhart tenía un perfil más bajo que la fiscal general. Pero como Paz, vio el valor de cultivar aliados extranjeros, incluidos oficiales de la embajada de Estados Unidos. Expandió su equipo de asuntos internos y creó una unidad de inteligencia que hacía falta para conseguir información sobre la industria de tráfico ilegal. Se investigaron los antecedentes de los candidatos para las dos unidades con la ayuda de la embajada.

Degenhart también se enfocó en lo que era, en aquella época, una prioridad de Estados Unidos — migración ilegal desde India a través de Guatemala. Cámaras de seguridad en el aeropuerto de la Ciudad de Guatemala captaron a oficiales de migración corruptos en uniforme dirigiendo pasajeros llegados de India hacia filas de inspección controladas por redes de traficantes, según investigadores estadounidenses y guatemaltecos que han visto los videos. Indios con pasaportes guatemaltecos sospechosamente nuevos se presentaban en la embajada de México de Ciudad de Guatemala pidiendo visados, según el oficial mexicano. Sospechosos en una pujante red que traficaba indios indocumentados fueron detenidos en Nueva Delhi y en la frontera sur de Estados Unidos, donde las detenciones de inmigrantes ilegales de la India se dispararon.

Aprovechando sus contactos en el gobierno y en la comunidad diplomática, Degenhart logró establecer un requerimiento de visado para viajeros indios que redujo dramáticamente el flujo y les costó mucho dinero a las mafias, según oficiales de Estados Unidos y Latinoamérica.

“Estaba trabajando directamente con nosotros para combatir la corrupción,” dijo el oficial de DHS. “Tenía una excelente relación de trabajo con la embajada de Estados Unidos. Para algunos, esto es como ser un traidor a la patria.”

Los pasaportes guatemaltecos eran un bien ilícito de alto valor. En octubre de 2011, oficiales de migración en el aeropuerto de Ciudad de Guatemala siguiendo políticas más duras que las del pasado interceptaron a dos colombianos rumbo a Amsterdam. Investigadores policiales vincularon a los colombianos al asesinato de cuatro personas por cuestiones de narcotráfico sucedido días antes en la capital. El dúo portaban pasaportes, cartas de identidad y certificados de nacimiento guatemaltecos: documentos auténticos, identidades falsas.

El arresto de los supuestos sicarios colombianos era uno de una serie de casos en que criminales internacionales portaban documentos guatemaltecos fraudulentos. El fenómeno exacerbó las preocupaciones de Degenhart acerca del sistema privatizado en que una empresa prestadora llamada La Luz preparaba e imprimía los pasaportes guatemaltecos para el servicio de migración. Degenhart lanzó una pesquisa interna del sistema de pasaportes y presentó los resultados al fiscal de la ONU, la fiscal general y el ministro de interior.

Por falta de vigilancia, consulados guatemaltecos en Estados Unidos habían erróneamente emitido segundos pasaportes a guatemaltecos usando identidades falsas, Degenhart determinó. Además, la investigación reveló que La Luz tenía una conexión no autorizada a una computadora externa situada en una empresa consultora de temas migratorios, una vulnerabilidad preocupante que podía potencialmente permitir acceso externo a archivos sensibles, como los datos biográficos y biométricos de pasaportes guatemaltecos, según Degenhart, Menocal, Paz, y otras fuentes.

La CICIG se involucró en el tema. A finales de octubre de 2011, investigadores del ministerio público apoyados por la ONU catearon las oficinas de emisión de pasaporte operadas por La Luz, abriendo una investigación en profundidad de los problemas sistemáticos con los pasaportes.

Mientras se desarrollaba este caso, Pérez Molina y Baldetti, su compañera de fórmula, ganaron las elecciones presidenciales de Guatemala. Durante la transición, diplomáticos estadounidenses se reunieron con representantes del gobierno entrante y mandaron un mensaje discreto: la fiscal general Paz y Degenhart eran fuerzas para el progreso. La embajada anhelaba que el gobierno nuevo les mantuviera en sus puestos. Estas conversaciones fueron descritas a FP por funcionarios estadounidenses y guatemaltecos conocedores del asunto.

Cuando Pérez Molina llegó al poder, Paz siguió en su puesto. Pero Degenhart fue despedido. Y en una decisión que le alarmó, funcionarios del nuevo gobierno le dijeron que perdería su auto blindado y sus guardaespaldas, una medida que quebraba una tradición de dar protección a ex jefes de agencias de seguridad. Aun peor, los equipos de transición presidencial habían firmado un acuerdo de gobierno que específicamente añadía el puesto de director de migración a la lista de ex funcionarios que mantendrían su seguridad por cinco años, según una copia del acuerdo obtenido por FP.

Los aliados de Degenhart, como el ex ministro del interior Menocal, culpan a la Vicepresidenta Baldetti, quien había rápidamente tomado control sobre las agencias de migración y aduanas y quien no había escondido su hostilidad hacia Degenhart.

“Me sentí totalmente vulnerable y expuesto,” dijo Degenhart. “Me querían dejar a la intemperie.”

En febrero de 2012, Degenhart volvió a sus negocios privados. Unos meses después, la embajada de Estados Unidos le ofreció un trabajo como consultor a tiempo parcial sobre asuntos de migración centroamericanos, y él aceptó. Sus responsabilidades incluían el seguimiento de las mismas reformas que había implementado, y colaborar con oficiales que ya conocía en la agencia de migración y aduanas de Estados Unidos (ICE) y otras agencias.

En octubre de 2012, los jefes de dos de los sindicatos de empleados de migración pidieron reunirse con Degenhart para hablar de aspectos técnicos del acuerdo laboral exhaustivo que habían negociado. Almorzó con ellos en un Pollo Campero, una conocida cadena de restaurantes de pollo en la Ciudad de Guatemala. Presentes en el almuerzo, según Degenhart, estuvieron Arnoldo de Jesús Miranda Fuentes, secretario general de un sindicato conocido como SITRAMMIG; el número dos de Miranda; y Rodolfo Quiñones, el dirigente del sindicato más grande. (Oficiales de los sindicatos no respondieron a intentos de pedir sus comentarios sobre esta reunión.)

La conversación no tardó en ponerse tensa, según recuerda Degenhart. Viejos conflictos surgieron cuando Miranda se quejó de haber sido mantenido al margen durante las negociaciones laborales, según Degenhart. No hubo amenazas explicitas, pero él dice que percibió hostilidad.

“Salí de aquella reunión con la idea de que esta gente era realmente peligrosa,” dijo.


El 31 de octubre, Degenhart dejó su casa en una acomodada zona residencial minutos después de las 6 de la mañana. Iba rumbo a su gimnasio, que estaba localizado en un pequeño centro comercial al lado de la Panamericana.

Era un día bonito. Su familia tenía planeada una fiesta de Halloween con amigos aquella tarde. Él anticipaba con alegría la fiesta — y su sesión diaria de ejercicio.

“Era la única parte de mi día que no cambiaba,” dijo. “Si no, por seguridad, cambiaba mi rutina.”

Cámaras de seguridad filmaron su Cayenne azul cruzando el estacionamiento de una farmacia esquinera y parando detrás de dos vehículos orientados hacia al sur y esperando avanzar hacia la rampa de entrada de la Carretera Panamericana.

En el video, el Mitsubishi Lancer emerge de una rampa de salida de la carretera detrás de Degenhart, avanzando con rapidez. El Lancer sobrepasa la Cayenne de Degenhart, maniobra para adelantarle a través de la entrada del estacionamiento, y se gira en una posición casi perpendicular a su parachoques delantero. Él dice que advirtió el peligro inmediatamente.

“Todas mis alarmas estaban sonando,” dijo. “La forma en que se posicionaron — esto es un ángulo de tiro.”

Los vehículos esperaron parados en la intersección por alrededor de cuarenta segundos. Cuando el tráfico se puso otra vez en movimiento, el Lancer se metió delante de la Cayenne, y los dos vehículos giraron a la izquierda, y otra vez a la izquierda. El Lancer activó sus luces intermitentes y redujo velocidad, arrimándose como si invitara a Degenhart a pasar por la derecha.

Degenhart mantuvo su distancia. Temiendo una trampa, desenfundó su arma mientras los dos vehículos descendieron la rampa de entrada, según su versión de los hechos. Su corazón latía fuerte. Sus ojos buscaban algún indicio de agresión.

Cuando los vehículos se unieron al tráfico de la carretera, la ventana derecha trasera del Lancer bajó. Surgió una mano empuñando una pistola Glock 19.

La ráfaga de balas hizo trizas la ventana lateral de Degenhart, pegándole dos veces en el pecho, una vez en la barbilla, cuatro veces en el brazo izquierdo, una vez en el bíceps y otra en la muñeca derechos. Él devolvió el fuego frenéticamente, disparando alrededor de 16 tiros, primero por su ventana lateral y después a través del parabrisas cuando el Lancer se alejaba.

Degenhart recuerda el trueno de los disparos, el crujido de las balas rompiendo el vidrio, la nube de pólvora salpicando como arena en sus ojos, nariz, boca y pelo. Se había puesto de perfil –como había sido entrenado –convirtiendo su cuerpo en un objetivo más pequeño y usando su brazo izquierdo como escudo. La sangre chorreaba por todas partes.

“En mi mente fui a un cuarto oscuro. Dije: ‘Me morí.’ Dije a Dios: ‘Por favor, tengo que volver para velar a mi mujer e hijos.’ Pasé al otro lado. Y volví.”

La camioneta Porsche Cayenne de Degenhart. Herido por nueve tiros, logró devolver el fuego y repeler a sus agresores. (Foto cortesía de Enrique Degenhart)

Otra cámara en la orilla de la carretera muy transitada captó imágenes borrosas del tiroteo desde la distancia. El video muestra los vehículos entrando en el cuadro siguiendo una curva, el Lancer delante y a la izquierda de la Cayenne. Conductores asustados de otros vehículos paran detrás de ellos. La Cayenne para. Vidrio y humo se esparcen cuando los últimos disparos de Degenhart rompen su propio parabrisas. El Lancer huye velozmente, pasando la cámara; se ve lo que parece ser el brazo de un hombre en la ventana trasera abierta.

Degenhart intentó llamar para pedir auxilio, pero su mano estaba demasiado ensangrentada para usar la pantalla táctil de su iPhone. Logró utilizar un BlackBerry para llamar a su mujer, diciéndole que había sido malherido en un tiroteo y se iba al hospital. Su brazo izquierdo colgaba inútilmente a su lado. Empezó a conducir con una mano, esforzándose para ver por el parabrisas agrietado por las balas, la Cayenne serpenteando entre carriles.

Quince minutos más tarde, llegó a la entrada de una clínica médica.

“Salgo, agarro mi brazo y entro corriendo al edificio pidiendo ayuda. Digo a la enfermera que por favor me estabilice porque me estoy desangrando,” se acuerda. Colapsó en una silla de ruedas y se desmayó.

Una ambulancia le transfirió a un hospital, el cual se llenó pronto de visitantes: el ex ministro de interior Menocal, el ex presidente Colom, diplomáticos estadounidenses y mexicanos. Agentes federales estadounidenses respondieron rápidamente. Vieron el ataque a un aliado cercano como una amenaza potencial al personal de la embajada, dijo el oficial del Departamento de Seguridad Interior.

Degenhart sobrevivió, aunque su codo izquierdo quedo prácticamente pulverizado.

“Dios me salvó la vida,” dijo. “Muy fácilmente pude haber muerto aquel día. Por el número de impactos y la zona de los impactos.”

Sufrió durante tres noches llenas de dolor, miedo y alucinaciones en el hospital.

“Recuerdo una noche que me desperté a las tres de la mañana en la cama del hospital y le dije al agente de seguridad: ‘Dame tu arma, dame tu arma. Vienen los sicarios otra vez a matarme y aquí les voy a recibir’.”

En Latinoamérica ha habido numerosas emboscadas vehiculares a jefes policiales y otros funcionarios. Raramente tienen final feliz. Que salvó a Degenhart?

“Estar alerto,” dijo. “Siempre vigilando, mirando, control del entorno. Y la repetición del manejo del arma. Memoria muscular.”

La respuesta del gobierno fue mínima. No hubo visitas de funcionarios importantes al hospital ni muestras de preocupación, según oficiales guatemaltecos y extranjeros.

“Cuando uno sale del gobierno, se siente expuesto,” dijo Menocal. “Por esto salí con una declaración solidarizándome con él. Pero no hubo respuesta del gobierno.”

Dos semanas después del tiroteo, todavía aturdido por los medicamentos, Degenhart se reunió con investigadores guatemaltecos para dar una declaración y entregar su arma como evidencia en el caso. Dos días después, agentes norteamericanos en vehículos blindados lo llevaron al aeropuerto, y abordó un avión rumbo a los Estados Unidos.

Agentes civiles de la oficina del fiscal general de Guatemala, con ayuda discreta de la embajada de Estados Unidos, se encargaron de la investigación del ataque a Degenhart. El trabajo de ellos fue diligente pero limitado en su alcance, según agentes guatemaltecos y estadounidenses involucrados en el caso.

Los investigadores revisaron horas de video obtenido de cámaras de seguridad ubicadas cerca de la intersección y la carretera donde ocurrió el incidente. En el video no se veían las placas del Lancer. Usando una lista de números de patente de autos estacionados en el gimnasio que fueron apuntados por un guardia de seguridad, los investigadores identificaron un Lancer cuyos ocupantes entraron en el centro de compras temprano aquella mañana, según la declaración del guardia, y se marcharon apresuradamente justo antes del tiroteo.

Los investigadores sospechaban que los gatilleros habían planeado inicialmente atacar a Degenhart enfrente del gimnasio, pero después decidieron interceptarle en camino, quizás apoyados por un compinche con teléfono que seguía sus movimientos.

Alrededor de dos meses después, los investigadores guatemaltecos y estadounidenses localizaron al dueño del auto y otro sospechoso en una zona semi-rural conocida por el alto grado de violencia, la presencia de pistoleros a sueldo, y bandas dedicadas al secuestro. Uno de los sospechosos reconoció que había pasado por la zona del tiroteo el día de los hechos. Pero los dos hombres tenían coartadas para las horas cruciales, y no tenían antecedentes penales. El auto no mostraba señales de impacto de bala. El caso, en resumidas cuentas, era débil.

Extrañamente, sin embargo, los fiscales guatemaltecos no siguieron una línea de investigación que parece obvia: los conflictos que había tenido Degenhart con los sindicatos y la empresa de pasaportes sobre la red de documentos fraudulentos.

En una entrevista, la auxiliar fiscal Maritza Sagastume Bojórquez dijo que se abstuvo de indagar en aquel ángulo porque se enteró que la CICIG ya estaba investigando la red de pasaportes fraudulentos. Sin embargo, los fiscales anticorrupción de la ONU no examinaron el caso del tiroteo, según oficiales guatemaltecos y de la CICIG. Sagastume dijo que sus solicitudes a la CICIG pidiendo información de relevancia potencial a su caso no recibieron respuesta. La investigación por la fiscalía general del ataque a Degenhart terminó en un callejón sin salida.

Sagastume decidió cerrar el caso en septiembre de 2013. Dijo que la sobrecarga de trabajo en la fiscalía tuvo un rol en su decisión. Además, no estaba convencida de que el ataque fuera premeditado.

“Tuve la impresión que él y el otro auto discutieron,” dijo durante una entrevista el año pasado.

Degenhart difiere. Cree que fue una emboscada planificada para mandar un macabro mensaje de estilo mafioso: Halloween es la víspera del Día de Los Muertos, el festivo en que los latinoamericanos honran sus difuntos. Degenhart sospecha que las mafias que tuvieron conflictos con él durante su gestión, como aquella involucrada en la trama de pasaportes fraudulentos, se vengaron. Pero lo encuentra difícil pensar que sus asaltantes no tuvieron órdenes o luz verde de sus enemigos en el poder. Al mínimo, culpa al gobierno de Pérez Molina por haberle dejado vulnerable a un ataque.

“Fue conveniente para ellos quitarme la seguridad y dejar la puerta abierta para que cualquiera eventualmente me pudiera atacar y matar,” dijo.

Agentes de la ley guatemaltecos y estadounidenses entrevistados para este reportaje tienen sospechas parecidas. Menocal, el ex jefe de Degenhart, no tiene duda de que fue un ataque premeditado. Menocal dijo durante la entrevista que piensa que la CICIG tendría que investigar el caso.

“Este atentado tiene que ver con sus logros cuando fue director del servicio de migración,” dijo. “Es una víctima de la impunidad que todavía existe en Guatemala.”


A principios de 2014, Degenhart estaba inmerso en una nueva vida en Estados Unidos. Un cirujano le había reparado el brazo izquierdo. Las heridas psicológicas se habían curado. Degenhart observó desde lejos como su país experimentaba un cambio cada vez más rápido.

En enero de 2014, la fiscal general Paz y el actual fiscal de la ONU, Iván Velásquez, anunciaron los resultados de una investigación importante de la dirección general de migración. La policía detuvo a tres docenas de personas, la mayoría de ellos oficiales de migración, acusados de integrar una red que vendía pasaportes y servicios de tráfico ilegal a indios, chinos, paquistaníes, rusos y otros. El supuesto jefe de la banda era Miranda—el mismo dirigente sindical que había discutido con Degenhart solo días antes de la emboscada.

Iván Velásquez Gómez, el fiscal de la ONU. (AP Photo/Luis Soto)

La investigación también produjo, cuatro meses antes, el arresto de un ex gerente general de La Luz, la empresa emisora de pasaportes con la cual Degenhart había chocado, según la CICIG. Otra empleada de la compañía fue detenida y condenada, según la CICIG.

Poco después, la fiscalía de la ONU empezó a avanzar en otro caso relacionado con temas fronterizos. Se llamaba La Línea: una investigación en gran escala de la agencia de aduanas históricamente plagada por escándalos. Decenas de miles de interceptaciones telefónicas dibujaban un mapa de una vasta trama de alto nivel para evitar impuestos a través de sobornos. En abril del año pasado, los fiscales acusaron a veinte sospechosos, entre ellos un asesor importante de la Vicepresidenta Baldetti. Baldetti dimitió.

Cuando los investigadores catearon su casa en agosto, Baldetti buscó refugio en un hospital. Un equipo de policías liderado por Juan Francisco Sandoval, un fiscal anticorrupción guatemalteco, se presentó en el hospital. Baldetti pensó que el hombre de 33 años con lentes era un médico.

“Dije, ‘No, no soy médico, soy fiscal’,” recordó Sandoval en una entrevista. “Y el agente de policía leyó la orden de arresto.”

Afuera del hospital, ciudadanos disparando cohetes celebraron la detención de la ex vicepresidenta.

En septiembre, fiscales guatemaltecos y de la ONU apuntaron aún más alto: detuvieron al presidente. Los investigadores dicen que La Línea fue parte de una gigantesca maquinaria de ganar dinero construida por Baldetti y Pérez Molina. La caída del dúo fue empujada por meses de protestas sin precedentes de ciudadanos guatemaltecos comunes y corrientes que estaban hartos del régimen.

“La imagen del Presidente Pérez Molina, un ex general, en un tribunal sometido al poder de un juez, muestra un cambio dramático,” dijo la ex fiscal general Paz en una entrevista.

El expresidente y la ex vicepresidenta han dicho que no son culpables y están esperando su juicio.

Líderes latinoamericanos y estadounidenses, entre ellos el Vicepresidente Joe Biden, han alabado el trabajo de la CICIG y están presionando para que se reproduzca el modelo guatemalteco de reforma de justicia en otros países. El otoño pasado, la Organización de Estados Americanos anunció la creación de una comisión contra la impunidad en Honduras.

Degenhart está orgulloso de haber jugado un papel en la evolución de Guatemala. Sus experiencias le habían convencido que un cambio verdadero era posible.

“Hay una percepción que todos los empleados del servicio de migración son corruptos,” dijo. “Creo que es una minoría de empleados que están involucrados en actos de corrupción. La mayoría no quieren estar involucrados.”

En Estados Unidos, Degenhart ha continuado trabajando como consultor para el gobierno norteamericano sobre asuntos migratorios en Centroamérica. Y ha dado presentaciones tácticas sobre el tiroteo en Guatemala a agentes federales estadounidenses en formación.

Las reformas en Guatemala tumbaron a muchos de sus enemigos. Sin embargo, su caso no está resuelto; nadie ha sido acusado.

En octubre, el político recién llegado Jimmy Morales ganó la presidencia gracias a una ola de rechazo por parte de los votantes a la política tradicional. Aunque el Presidente Morales basó su candidatura en una plataforma contra la corrupción y prometió su apoyo al fiscal de la ONU, sus críticos expresan preocupación porque su movimiento político incluye veteranos militares del pasado oscuro de la nación.

Degenhart comparte estas preocupaciones. Pero dijo que el nuevo gobierno también ha tomado pasos alentadores, designando a funcionarios de seguridad reformistas a quien él respeta. El peligro parece retroceder, dijo.

El mes pasado, por primera vez desde su partida intempestiva en 2012, Degenhart volvió a Guatemala. Trabajará allí como asesor regional sobre temas migratorios para el gobierno de Estados Unidos.

“Quiero contribuir al cambio positivo en mi país,” dijo durante una reciente conversación telefónica.

Mientras tanto, da gracias todos los días. Para él, el 31 de octubre ya no es solo Halloween.

“Es mi segundo cumpleaños,” dijo.


Nota del Editor: Este reportaje está basado en una serie de entrevistas hechas en Guatemala y Estados Unidos con oficiales y expertos de Guatemala, Estados Unidos y México, y también en archivos de investigación y otros documentos gubernamentales. Foreign Policy y ProPublica han acordado mantener en el anonimato a algunos agentes de la ley para proteger su seguridad o porque no están autorizados a hablar públicamente.


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Sebastian Rotella es un reportero de ProPublica. Un galardonado corresponsal internacional y periodista de investigación, cubre temas que incluyen terrorismo, seguridad internacional y migración.

Ilustraciones por Christopher Park. Dirección de arte y producción por Rob Weychert y David Sleight.

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